Descripción
El 24 de febrero de 2022 los europeos nos levantamos sobrecogidos por la noticia de la invasión rusa de Ucrania. Era la primera vez que el viejo continente vivía un acontecimiento de semejante magnitud desde que Hitler rompió las fronteras de la Unión Soviética en junio de 1941, ochenta años antes, desencadenando la Operación Barbarroja. El orden internacional, la idea de que la guerra no era la forma de resolver los conflictos entre países soberanos, se tambaleó.
Y sin embargo, las señales estaban ahí. El conflicto entre Rusia y Ucrania había estallado ya en 2014, cuando el segundo de estos países se sumó a los muchos del antiguo bloque del este que empezaron a mirar hacia occidente y Moscú decidió recuperar Crimea y se involucró en la rebelión de las provincias de Donetsk y Lugansk. Aquellos acontecimientos popularizaron conceptos como el de conflicto en la “zona gris”, o “guerra híbrida”, para definir lo que aún no era una contienda clásica, pero si un problema importante y una gravísima fuente de tensión internacional. Partiendo de esto, lo que sucedió el 24 de febrero de 2022 fue un paso más en una escalada bélica.
Las sorpresas, por supuesto, no habían terminado. Cuando el coloso militar ruso, con el segundo ejército más potente del mundo, invadió a su vecino, no fue difícil dar por liquidado al Gobierno de Kyiv. Sin embargo, contra todo pronóstico, resistieron. Los invasores no habían planificado bien su acción, habían sido demasiado optimistas, nunca habían pensado en que aquello fuera una guerra real. Para ellos se trataba tan solo de una “Operación Militar Especial”, que tornó a la amargura. La ofensiva que había de durar unos días, sigue pendiente a fecha de hoy.
En portada, un ortocóptero R.18 bombardea dos T-72 rusos durante la campaña, por Pablo Outeiral.