Hacia finales del siglo XVI, la crisis económica y demográfica, agravada por una inflación sin precedentes, llevó a buena parte de la sociedad española a la pobreza. Muchos emigraron a las grandes ciudades, solo para encontrarse con más dificultades para su subsistencia. En tan difícil ambiente, las gentes de clase modesta procuraron sobrevivir con lo poco que había, y echaron mano de su ingenio para salir adelante. La literatura se hizo eco de ese marginalismo social y lo proyectó en la novela picaresca, un legado verdaderamente bienvenido para complementar la reconstrucción histórica de su época. Nuestros acompañantes en este viaje a la España de los pícaros en el Siglo de Oro serán los personajes marginales de la sociedad, aquellos que poblaban los bajos fondos del entramado urbano: valentones, pendencieros, soldados retirados, rufianes, jaques, jugadores empedernidos, prostitutas, alcahuetas, ladronzuelos, hampones y gentes de mal vivir. Ellos son los principales actores de un entorno cotidiano marcado por la pobreza y la crudeza de su realidad.
Pícaros en el Siglo de Oro
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Descripción
No hay más remedio… El porqué de la picaresca por Miguel Martínez (University of Chicago)
A los pobres de la España moderna nunca les tocó una mano buena. La crisis de finales de siglo XVI afectó a todos los grupos sociales, pero se cebó particularmente con las capas populares. En la década 1590 culminan una serie de procesos institucionales y económicos que acaban alterando significativamente los equilibrios que habían cimentado el crecimiento en la primera mitad del siglo: el alza de los precios en mercados cada vez más oligopólicos, la progresiva concentración de la propiedad y la renta, el aumento de la carga fiscal por parte de la Corona (sobre todo en productos básicos como la carne, el vino, el aceite y el vinagre), el descenso de los salarios y jornales reales, la presión demográfica o la venta de terrenos concejiles y mancomunados. Todo ello contribuyó al progresivo empobrecimiento de los que menos tenían. El artículo viene acompañado de un mapa a doble página en el que se señalan los principales núcleos urbanos y los estragos que en ellos hicieron la pobreza y las enfermedades, pero también las ordenanzas, leyes y proyectos que las instituciones propusieron para hacer frente a esta amenaza social.
Sospechosos habituales. Los pícaros en la calle y la literatura por Rosa Navarro Durán (Universitat de Barcelona)
El personaje del pícaro literario aparece en 1599, creado por Mateo Alemán, y durante casi cincuenta años otros fueron siguiendo su camino. Es tal la riqueza del género, que hemos asumido que la picaresca es un rasgo de este país, en donde hay tantos pícaros como en todas partes. España es, en efecto, la cuna de la picaresca, pero no en el sentido real del término, sino literario. Sin embargo, no carecemos de testimonios contemporáneos a la creación del género que opinen que el campo estaba abonado para que surgiera. No hay más que leer lo que dice Antonio Liñán y Verdugo, en la Guía y avisos de forasteros que vienen a la corte (1620), hablando de los ociosos, es decir, de “una manera de gente necesitada, viva de ingenio y pobre de bolsa, que de día comen a vista de quien pueden y de noche estudian más de lo que saben ni alcanzan”, porque tras afirmar que en todas partes abundan y causan daño, “con todo eso en ninguna tierra ni patria se ve tanta diferencia de estos zánganos como en España, por ser nuestros naturales españoles poco inclinados a las artes y oficios mecánicos y a todo aquello que es trabajo y requiere flema y sufrimiento”. Se incluye junto a este artículo un mapa de la Europa occidental reconstruyendo el recorrido de los principales pícaros de la literatura del Siglo de Oro, y una ilustración de Román García Mora con la representación de algunos personajes típicos del género (y de las callejuelas urbanas de la época): la prostituta con su alcahueta, el ladrón cortabolsas, el tahúr y el falso mendigo.
Espadas a sueldo. Valentones y embozados en el Siglo de Oro español por Miguel Fernando Gómez Vozmediano (Universidad Carlos III)
El Siglo de Oro fue también tiempo de oropel. La crónica negra de esa época nos evoca un ecosistema humano cuajado de sicarios, buscavidas, pícaros, pordioseros insolentes y truhanas que pululan por el oscuro laberinto de las callejuelas urbanas, asaltan a los trajinantes que hormiguean por sus caminos o estafan a los incautos que frecuentan ventas, mesones, mancebías y tablajerías. Sin embargo, las fuentes históricas hacen que las simpáticas trapacerías, los enredos e ingeniosos desplantes glosados en la novela picaresca sean un pálido reflejo de una sociedad vulnerable, obsesionada por la honra, que soporta altas tasas de criminalidad y una terrible violencia estructural. Un problema apenas paliado por una profusa legislación y unas actuaciones ejemplarizantes de la justicia, hasta el extremo de que los autos criminales no se instruyen sino que se fulminan, siendo frecuentes las venganzas privadas en una sociedad en la que proliferan las armas y el honor es defendido con capa y espada. El artículo viene acompañado de una espléndida ilustración de ªRU-MOR reconstruyendo una escena de emboscada nocturna de un grupo de embozados y maleantes que intentan asesinar a un funcionario.
La Sevilla de la picaresca por Juan Ignacio Carmona García (Universidad de Sevilla)
El periodo histórico que abarcó aproximadamente las últimas décadas del quinientos y las primeras del seiscientos, el tiempo del Guzmán de Alfarache y de Rinconete y Cortadillo, estuvo condicionado por los síntomas de la adversa coyuntura económica y la incipiente recesión. Las clases populares sufrieron un proceso de empobrecimiento que afectó a buena parte de sus componentes, generando un incremento del pauperismo y el desempleo que llevaron a mucha gente a tener que mendigar, a delinquir o a vivir de la caridad para subsistir. La metrópoli hispalense se convirtió en refugio de inmigrantes, desocupados, delincuentes y pedigüeños. La insalubridad, la precariedad de vida, la pobreza y la necesidad, caldo de cultivo de la picaresca, se mostraron a la vista de todos de manera palpable. La vida cotidiana transcurría en un entorno dominado por la estrechez y la falta de higiene. Las viviendas, las calles, los caminos, el recinto entero de la capital presentaba un estado de habitabilidad lamentable, pues eran muchos los elementos malsanos que actuaban. Alcantarillado inadecuado. Pavimentación deteriorada que producía abundante polvo cuando el tiempo era seco y enorme barrizal cada vez que llovía. Pozos negros que sin limpieza adecuada ni vigilancia sanitaria contaminaban el subsuelo y se rebosaban casi de continuo. Aguas estancadas y corrompidas en charcos y lagunas que tanto proliferaban. Completan este artículo un mapa de la Sevilla del 1600, con indicaciones de los principales focos de conflicto y delincuencia, un plano de la cárcel Real de Sevilla, y una magnífica ilustración a doble página de José Luis García Morán que reconstruye una escena en el puerto fluvial de la ciudad andaluza, un ambiente insalubre y repleto de pícaros y gente de mala vida.
Mujeres y picaresca por Enriqueta Zafra (Ryerson University)
Hasta hace relativamente poco, se tendía a englobar la picaresca femenina dentro de la picaresca en general, relegando a la pícara a un segundo lugar respecto a los pícaros, donde Lazarillo, Guzmán y Pablos eran los modelos indiscutibles. Afortunadamente, las pícaras tienen ahora, gracias al esfuerzo de críticos literarios valientes que no se dejaron llevar por el puritanismo tradicional, su propio sitio en la historia de la literatura, y ejemplos como Lozana, Justina, Elena y la madre Andrea no se les quedan atrás a los pícaros, sino que contribuyen a completar, con sus particularidades, el submundo urbano de los siglos XVI y XVII. Este artículo pasa revista al papel de la mujer en la novela picaresca a través de sus principales ejemplos. Como para ser pícara creíble el autor coloca a la mujer “fuera de lugar” y dentro del submundo del XVI y XVII, hacemos asimismo un recorrido por el mundo de la prostitución. Después de desentrañar el discurso prostibulario, el lector se dará cuenta que la picaresca femenina forma parte de este mismo discurso que tiene como objetivo acabar con el desorden y el desconcierto que la pícara provoca. Y todo ello sin rechazar al entretenimiento voyerista y sensual que la literatura picaresca ofrece al lector masculino, al que en última instancia va dirigida.
Crimen y castigo. Delitos, penas y justicia en la sociedad urbana del Siglo de Oro por Carlos Pérez Fernández-Turégano (Universidad San Pablo CEU)
“Quien no hurta en el mundo, no vive. ¿Por qué piensas que los alguaciles y jueces nos aborrecen tanto? Unas veces nos destierran, otras nos azotan y otras nos cuelgan, aunque nunca haya llegado el día de nuestro santo. No lo puedo decir sin lágrimas” (La vida del Buscón llamado Don Pablos, Francisco de Quevedo). Son numerosos los testimonios en la literatura española de los siglos XVI y XVII que acreditan que dos ciudades españolas, Madrid y Sevilla, podían considerarse el “paraíso de los pícaros”, estafadores de poca monta, pero también de asesinos y maleantes de la peor calaña, habitadores unos y otros de los bajos fondos de la sociedad. La crisis económica iniciada hacia 1580 condujo a muchos desfavorecidos a buscar en las Indias un medio de vida honrado que pusiera fin a sus penurias, pero aquellos que por diversas razones se quedaron en la Península intentaron ganarse el pan a través de una actividad delictiva castigada severamente por las autoridades, desbordadas tanto por el número de delitos como por la falta de medios materiales y humanos para hacer frente a esta importante lacra. Una ilustración de Ganbat Badamkhand reconstruyendo el interior del patio de la cárcel Real de Sevilla en torno a comienzos del siglo XVII, es el perfecto complemento para este artículo.
A pillos y bribones la fortuna otorga sus dones. Los juegos de azar por Encarnación Podadera (Universitat de València)
Ya lo decía Cervantes: “El vicio del juego se ha vuelto ejercicio común” (El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, 1615). Durante los siglos XVI y XVII, etapa conocida como Siglo de Oro, nos adentramos en una sociedad estamental dividida entre las bajas capas sociales que emergían del pueblo llano, y la alta esfera social –el clero y la nobleza– cuyo eje principal de movimiento era el poder. Una España que destacaba por la pobreza, la mendicidad, la vagancia y la ociosidad dando lugar a la archiconocida picaresca, en su sentido amplio, en la que el ocio se convierte en una vía de salvación para salir de la vida pecaminosa. Entre ocio y ociosidad andaba el juego. Este, la ocupación predilecta del pícaro, fue un auténtico vicio nacional por parte de todo un grupo socialmente excluido, y poco tardó en convertirse en tema literario, destacándose principalmente el juego de naipes, que era conocido como la ciencia de Vilhán, un personaje que encarnaba el espíritu endemoniado del naipe, cuyos beneficios extraídos solo en el juego podían (re)invertirse.
Y además, introduciendo el n.º 21, La mujer etrusca por Simona Carosi (Soprintendenza di Beni Archeologici dell’Emilia Romagna)
No existen muchos tratados modernos sobre la mujer etrusca, pero en cambio los autores antiguos nos han dejado muchos testimonios, por lo general centrados en la cuestión de su “libertad”. Aristóteles (fr. 566 Rose, apud. Athen. I.42.23d), por ejemplo, refiere a la costumbre de las mujeres etruscas de cenar reclinadas junto con sus maridos bajo un mismo manto, a diferencia de las mujeres romanas, que solo podían participar de la primera parte del banquete, en la que no se bebía vino. Teopompo (apud. Athen. XII.517d) menciona en cambio que las mujeres etruscas eran excelentes bebedoras, que practicaban el libre comercio de su propio cuerpo y que se ejercitaban desnudas, incluso en presencia de hombres. Plauto (Cistellaria III.3.562-563), cuenta nada menos que hasta se prostituían para procurarse una dote.