El desarrollo natural de las sociedades célticas de finales de la Edad del Hierro condujo a mediados del siglo II a. C. a un fenómeno de urbanización y concentración de población hasta entonces desconocido en la Europa al norte de los Alpes. Sin embargo, en apenas un par de generaciones la conquista romana marcó un giro que, al cabo de varias décadas, terminaría por suponer el abandono o la transformación definitiva de las jóvenes ciudades de la Galia. Y con el ocaso de los oppida, llegaría el final de la Edad del Hierro
Oppida
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Descripción
La eclosión de los oppida: las primeras ciudades al norte de los Alpes por Gonzalo Ruiz Zapatero (Universidad Complutense de Madrid)
A mediados del siglo II a. C., en las tierras de la Europa Templada la gente vivía en pequeños poblados de unos pocos centenares de habitantes y, sobre todo, en el campo, en alquerías y granjas dispersas por todas partes: valles, campiñas, bordes de bosques y laderas de montañas. Era un mundo rural de campesinos comunes. Entonces empezaron a surgir al norte de los Alpes asentamientos de nuevo tipo, que –desde las referencias de Julio César en su crónica de la conquista de las Galias (58-52 a. C.)– denominamos oppida, y han sido consideradas las primeras ciudades de estos territorios. La fundación casi simultánea de varios centenares de grandes centros de población –las ciudades de los celtas– en este territorio, fue un hecho histórico de gran trascendencia. La discusión acerca de sus rasgos distintivos y su carácter urbano lleva desarrollándose a lo largo de 150 años. Hoy sabemos más cosas, ignoramos muchas pero identificamos mejor las lagunas y limitaciones de nuestra investigación histórica y arqueológica. Se incluye en el artículo un mapa a doble página con la localización y principales características de los oppida célticos al norte de los Alpes, y una espléndida ilustración de Rocío Espín representando el sector sureste del oppidum arverno de Corent, con sus espacios públicos como el santuario, la plaza de las asambleas, el mercado e incluso un edificio interpretado como una taberna.
Bibracte. Testimonio de un mundo en transición por Vincent Guichard (Bibracte EPCC)
El gran arqueólogo Joseph Déchelette se sirvió frecuentemente del ejemplo de Bibracte para definir, en torno al 1900, los grandes asentamientos fortificados que caracterizaban la organización del territorio céltico “lateniense” a finales de la Edad del Hierro. La reanudación de las investigaciones a gran escala en el yacimiento a partir de los años 1980 invita a considerar a Bibracte como un testimonio singular de las importantes transformaciones que afectaron la Europa templada a partir de finales del siglo II a. C.; transformaciones que se saldarían finalmente con la inclusión de una parte del mundo céltico en la órbita de Roma. En el artículo, se incluye un mapa con el territorio de la civitas de los eduos con sus principales centros habitados, así como una planta del yacimiento de Bibracte y fotografías de las excavaciones allí realizadas.
Un nuevo estilo de vida en la Britania céltica por Tom Moore (Durham University)
La vida en la Britania de la Edad del Hierro Reciente (ca. 150 a. C.-50 d. C.) ha sido con frecuencia contemplada como distinta a la del continente. Sin embargo, las sociedades de la Britania de la Edad del Hierro, al igual que las del resto de la Europa occidental, experimentaron importantes cambios hacia finales del primer milenio a. C. Estos cambios incluían el surgimiento de grandes aglomeraciones urbanas (conocidas como oppida), la innovación en los ritos funerarios y la aparición de nuevos objetos como las monedas. De este modo, y pese a las peculiaridades intrínsecas de Britania, buena parte de este desarrollo fue muy similar al de otras regiones de Europa. A partir de la información arqueológica, podemos hacernos una idea de cómo pudo haber sido la vida en la Britania de finales de la Edad del Hierro, de cómo se organizaron las comunidades, cómo vistieron, qué comieron e incluso en qué creyeron, descubriendo así cómo, de forma tan rápida, cambió el tipo de vida de estas sociedades en las décadas anteriores a la conquista romana.
Al amparo de los dioses: santuarios y asambleas en los oppida por Manuel Fernández-Götz (University of Edinburgh)
Desde tiempos inmemoriales, los santuarios han ejercido un gran atractivo como elementos aglutinadores de las personas, atrayendo a estas con motivo de peregrinaciones, celebraciones religiosas y, a veces, también asambleas. En diversas culturas y periodos, los templos aparecen frecuentemente como las estructuras más antiguas de los asentamientos urbanos, en algunos casos precediendo incluso en varias décadas o siglos a la concentración de la población en el lugar. Este fenómeno se observa también en el mundo de los oppida de la Europa centro-occidental, y en las últimas décadas se han multiplicado los descubrimientos de espacios públicos y santuarios dedicados a actividades de tipo político y religioso. Ambos aspectos –el político y el sacro– van por lo general unidos, al celebrarse las asambleas políticas al amparo de la divinidad. Precisamente relacionado con ello, en el artículo se incluye una ilustración de José Luis García Morán representando el concilium armatum de los celtas tréveros en el año 54 a. C. en el oppidum de Titelberg (Luxemburgo), que congregó a miles de personas en un espacio público abierto junto a estructuras relacionadas con el culto. Un pobre infeliz, que ha llegado el último al concilio, es apresado para ser sacrificado ante la multitud, tal como relata César en sus Comentarios a la Guerra de las Galias, V.56.
Un mundo conectado. Comercio y contactos entre los oppida de la Europa Templada por John Collis (University of Sheffield)
A través de los sistemas defensivos y, sobre todo, de la cultura material, puede observarse la existencia de intensos contactos a lo largo y ancho de toda la región de los oppida, desde la costa atlántica hasta la llanura húngara y desde el sur de la actual Francia hasta la Alemania central. La gente compartía un mismo estilo en sus formas de vestir, como vemos por ejemplo gracias a las fíbulas, las cuentas de pasta vítrea o los brazaletes. Asimismo, utilizaron monedas con imágenes similares y las mismas formas en los recipientes cerámicos, en especial en los de prestigio como los vasos pintados. Todo ello implica la existencia de estrechos lazos y conexiones, no solo comerciales, sino también en la moda, el arte, las creencias religiosas y, probablemente, la lengua. Y aunque es cierto que se aprecian diferencias regionales, se compartían muchos elementos básicos y estilos de vida, de forma que algunos autores han hablado de la existencia de una “civilización de los oppida”. Un mapa de las vías comerciales del vino itálico hacia las Galias y una magnífica ilustración de ªRU-MOR sobre el encuentro entre los caudillos galos Dumnórix y Orgetórix, que se saldó con un acuerdo matrimonial, son excelentes complementos en este artículo.
Oppida célticos y ciudades mediterráneas por Martín Almagro-Gorbea (Real Academia de la Historia)
Es muy interesante comparar los hábitats de la Europa céltica que los arqueólogos denominan con el término latino oppidum con las ciudades del Mediterráneo. A pesar de sus diferencias, el concepto clásico de “ciudad” y el de oppidum celta se consideran cada vez más próximos, al superarse la larga tradición “clasicocéntrica” que consideraba que la ciudad es una característica de alta cultura propia de la “civilización” clásica, que no existiría entre bárbaros como los celtas. Sin embargo, el concepto de “ciudad” es muy complejo y rebasa el marco del Mundo Antiguo. Además, no se puede olvidar que dicho concepto engloba dos planos diferentes: uno, físico, constituido por las viviendas, calles y estructuras urbanísticas, y otro social –sin duda el principal y más difícil de definir–, integrado por las estructuras administrativo-políticas que la rigen y conforman como lugar de gestión de un territorio, lo que incluye las estructuras ideológicas, tan importantes en la Antigüedad, pues cada ciudad se consideraba el centro del cosmos. De aquí la dificultad de precisar qué es una ciudad, aunque se defina, frente a los núcleos rurales, como un asentamiento importante de población con funciones económicas, político-administrativas y religiosas, que se reflejan en su configuración urbanística con edificios específicos. Se incluye junto al artículo una comparativa entre las superficies y los espacios públicos de la Roma republicana y algunos de los principales oppida de los celtas contemporáneos a esta.
Ulaca: ciudad vettona por Jesús Álvarez-Sanchís (Universidad Complutense de Madrid)
Ulaca es un gran poblado fortificado de finales de la Edad del Hierro que perteneció a los vettones y que cuenta con un enorme interés histórico y arqueológico por varias razones. En primer lugar, es con sus más de 70 ha y más de 3000 metros de murallas, uno de los grandes oppida de la Céltica hispana. En segundo lugar, alberga una serie de estructuras muy bien conservadas, algunas de ellas excepcionales en el mundo celta, como un santuario rupestre, una sauna iniciática excavada en la roca y unas impresionantes canteras de granito. Por último, la reciente localización de una zona de talleres artesanales y un área cementerial abren nuevas perspectivas al conocimiento de la comunidad que vivió en Ulaca hace algo más de 2000 años. Junto al artículo, se incluye un mapa del territorio de los vettones, con sus principales ciudades y los característicos verracos que pueblan aquél paisaje. Además, se incluye también una reconstrucción de la ciudad, con un detalle sobre los espacios emblemáticos como el santuario y la sauna. La ilustración es obra de Jorge Martínez Corada.
El final de los oppida por Olivier Buchsenschutz (CNRS / École Normale Supérieure)
Los oppida no nacieron en la Guerra de las Galias. Su trayectoria se reparte antes y después de esta, de la última década del siglo II a. C. hasta el final del I a. C., y su declive no se produce hasta que, bajo el impulso de la política de Augusto, las ciudades imperiales concentran material y políticamente el poder de las provincias del imperio. Las antiguas ciudades desaparecen entonces para diluirse en la mitología, como ciudades perdidas cuyo recuerdo se perpetúa bajo la forma de ferias anuales o peregrinajes en torno a una capilla, hasta que los anticuarios y después los arqueólogos a partir del siglo XIX, describieran o reconstruyeran sus imponentes murallas que delimitaban un hábitat de varias decenas de hectáreas.
Y además, introduciendo el n.º 16, Persiguiendo el origen de los visigodos por Jorge López Quiroga (Universidad Autónoma de Madrid)
El nombre “godos” es frecuentemente citado en las fuentes literarias antiguas, tanto en griego como en latín, desde el siglo I d. C.: en Estrabón (Geografía, VII.1.3); en Plinio (Historia Natural, IV.11.99) bajo la forma de gutones; en Tácito (Germania 44.1) denominándolos gothones y gotones (Anales, II.62.2); y en Ptolomeo (Geografía III.5.8). La inscripción en un anillo de oro hallado en Pietroassa (Rumanía), de la segunda mitad del siglo IV, recoge la grafía gutani. La forma gothi aparece solo a partir del siglo III, empleada por los autores griegos y latinos, haciendo referencia a la presencia de contingentes godos en el ejército de Gordiano a mediados del siglo III (año 242). El origen de los godos sigue suscitando todavía opiniones contradictorias entre los que niegan la existencia de una migración masiva desde Escandinavia, y los que se postulan a favor de su desplazamiento hacia el continente europeo. Incluye un mapa con la localización de las principales “culturas arqueológicas” relacionadas con el origen de los godos: la cultura de Wielbark y la cultura de Černjahov–Sîntana de Mureş; coincidentes, precisamente, con las dos primeras oleadas de movimientos migratorios se documentan para ese momento.