La resistencia de los numantinos a las armas de Roma fue extraordinaria y la epopeya de la caída de Numancia la convirtió en un mito, pero lo cierto es que no fue una excepción sino un caso especialmente enconado de entre muchos otros de la violentísima conquista de la península ibérica. Sin embargo, la lentitud de la guerra contra Numancia fue tanto una demostración de la valentía de sus habitantes como, asimismo, de los inconvenientes del carácter depredador del Estado romano: la guerra en Celtiberia implicaba gran peligro y escasa posibilidad de lucro, por lo que apenas había incentivo para su conquista. Esta combinación de molicie romana y audacia celtibérica condujo a una sucesión de desastres para los primeros que convirtió a Numancia en un insulto para la opinión pública romana. La situación llegó a tal extremo que el Senado hubo de recurrir a su mejor general: el reciente conquistador de Cartago, Escipión Emiliano. En este número estudiaremos las razones que hicieron del pueblo celtibérico un adversario tan temible, la fascinante historia de su asombrosa resistencia y, finalmente, la muerte –física– pero inmortalización –en el imaginario colectivo– de la urbe numantina.