Descripción

A finales del siglo XIX Pierre de Coubertain decidió recuperar una tradición largamente perdida, la de los Juegos Olímpicos inspirados en las primeras Olimpiadas. El deporte y la competición se usaban, por encima de las victorias individuales, para afirmar una serie de valores y una identidad compartida, que permitiera a los distintos Estados sentirse parte de un mundo común, solidario y colaborativo. En el mundo griego los festivales, religiosos y deportivos, habían tenido esa misma idea de pertenencia, de demostración de helenidad y de una comunidad más allá de las diferencias o conflictos. Ahora bien, precisamente por eso también los distintos festivales panhelénicos, en los que podía participar cualquier griego, fueron atractivos para los márgenes de dicho mundo, para las ciudades y regiones que querían demostrar que no eran bárbaros. Luego, los romanos también aprovecharon y potenciaron estos juegos, lo que permitía a los griegos considerarles una ciudad griega más. El más importante de estos festivales fue el de Olimpia, cuya primacía se respetó, básicamente, hasta su desaparición en época tardoantigua, cuando la imposición del cristianismo acabó con los templos y festividades paganas. Los Juegos y Olimpia se sumirían pronto en las brumas de la historia, hasta que el descubrimiento del santuario y la recuperación del espíritu olímpico volvieran a encender la llama en sus altares.