La batalla de Teruel fue uno de los momentos cruciales de la Guerra Civil española, pues si bien inicialmente fue una contundente victoria de la República, pronto se convirtió en una etapa importante hacia su derrota final. El 22 de diciembre de 1937 el Ejército gubernamental aseguraba, por primera vez a lo largo de la guerra, una capital de provincia, y además conseguía desviar la atención de los franquistas, que estaban planificando una nueva ofensiva sobre Madrid. Sin embargo, en apenas una semana estos iniciaron una serie de contraataques que los llevaría a recuperar la ciudad en febrero de 1938, y, más importante todavía, a dejar muy maltrechas a las tropas de sus oponentes, infligiéndoles un desgaste que no fueron capaces de paliar.
La batalla de Teruel
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Descripción
Del Norte a Teruel. Las alternativas estratégicas por Hernán Rodríguez Velasco
Durante los cincuenta y cinco días transcurridos entre el 21 de octubre y el 15 de diciembre de 1937, la Guerra Civil española discurrió por un inédito periodo de “tranquilidad” en el que los partes oficiales de uno y otro bando apenas consignaban algunos tiroteos, cañoneos, intercambios de fuego de fusil y ametralladora, escasas rectificaciones de líneas, algún que otro hostigamiento sobre ciertas posiciones, limitados bombardeos aéreos y, en general, poca actividad que se resumía en las fórmulas “sin novedades dignas de mención” o “sin novedad de interés”. Sin embargo, en ambos bandos se estaba fraguando la lucha por la iniciativa que les permitiera hacerse con la victoria en una contienda que duraba ya alrededor de año y medio. Entre los diversos planes que se manejaban, el Gobierno, aunque había barajado alguna vez un plan para cortar el saliente de Teruel, prefería la opción de combatir en Extremadura; mientras que los franquistas querían hacerlo o bien al norte del Ebro, o bien en Madrid.
La ofensiva republicana por Carlos Mallench Sanz y Blas Vicente Marco
Siempre se ha hablado del factor sorpresa como elemento determinante en este triunfo, pero lo cierto es que se tenía noticia con antelación de que la República iba a desencadenar la batalla de Teruel, e incluso se conocían la fecha exacta y los efectivos aproximados (afirmación que puede comprobarse en los boletines de información de diversas unidades franquistas, como la 108.ª División). Aun así, los defensores no eran suficientes: una brigada para todo el perímetro del frente y otra en formación cerca de la ciudad; y no pudieron resistir la acometida de las cuatro divisiones republicanas enviadas a cortar el saliente, más las que dieron su apoyo presionando en diversos puntos e impidiendo que se ejecutaran las maniobras necesarias para salvar a las tropas de ser rodeadas. Con Teruel cercada, empezaba otra fase de la batalla.
La épica de las guerras del General Invierno por Vicente Aupí
Entre el 15 de diciembre de 1937 y el 22 de febrero de 1938, la nieve y el hielo vistieron de blanco con tanta frecuencia los escenarios de la batalla de Teruel que, para sobrevivir, el abrigo era más útil que el fusil. Las fotografías de soldados de ambos bandos, ataviados con sus respectivas mantas en bandolera, dieron la vuelta el mundo y forman parte de la iconografía de este episodio de la contienda española, en el que las bajas debidas a las temperaturas extremas desbordaron la capacidad de la sanidad militar. Hubo miles de congelados entre los combatientes (con toda probabilidad más de 15 000), pero los temporales de frío y nieve fueron mucho más allá y tuvieron, además, un impacto directo en los acontecimientos bélicos, hasta el punto de que la batalla de Teruel constituye un caso inédito en la historia de España, ya que la épica de las guerras del general invierno estuvo presente de la misma forma que en algunas de las grandes epopeyas de la historia de Europa.
El cerco a Teruel por Carlos Mallench Sanz y Blas Vicente Marco
El domingo 19 de diciembre de 1937, la guarnición franquista de Teruel, compuesta en su mayor parte por unidades de la 52.ª división y por falangistas, ante la pérdida de los puestos avanzados en el puerto de Escandón, Venta Rosa, etc., recibió orden de retirarse a la ciudad y resistir hasta el final. Las tropas republicanas tenían vía libre para alcanzar el casco urbano de la población. A partir de ese momento, la batalla de Teruel se tornó en un intenso cerco en dos frentes. Hacia el interior de la población, los defensores, atrincherados en los reductos de la Comandancia y el seminario, resistieron con más o menos determinación los albures de los asaltos de la 84.ª Brigada Mixta. Hacia el exterior, eran los republicanos los que se defendían, de los furiosos contragolpes de dos cuerpos de ejército de alrededor de cuatro divisiones, empeñados en llegar hasta la ciudad, no solo para liberar a sus compañeros cercados, sino también para impedir su caída y robar a la República los frutos de su esfuerzo.
Senderos de gloria en la nieve de Teruel por Pedro Corral
En el año 2007, después de una larga peripecia de cerca de setenta años, fueron identificadas en Nueva York más de tres mil fotografías de la Guerra Civil española captadas por los reporteros Robert Capa, Gerda Taro y David “Chim” Seymour. Los ciento veintiséis rollos fotográficos se habían conservado hasta entonces en México, en una maleta que Capa debió abandonar en París en 1940 ante el avance de los alemanes sobre Francia. Entre esas miles de fotografías se hallaron varias instantáneas captadas por el propio Capa en los primeros días de enero de 1938 en la batalla de Teruel. Algunos de los protagonistas que aportan el elemento humano de las mismas son soldados de la 84.ª Brigada Mixta, los conquistadores de la ciudad, ensalzados por la propaganda para levantar la moral tanto del frente como de la retaguardia, pero que sin embargo pronto acabarían por ser diezmados al negarse a volver al frente apenas unos días después de haberlo abandonado.
La batalla del Alfambra y la recuperación de la ciudad por Francisco Escribano Bernal
A mediados de enero de 1938, el mando franquista decidió eliminar la amenaza que las posiciones republicanas de sierra Palomera suponían para las comunicaciones entre Teruel y Zaragoza. La experiencia había demostrado que el ataque frontal era muy costoso en hombres y escaso en resultados, por lo que se planeó una maniobra de doble envolvimiento. Se pretendía alejar las fuerzas republicanas hasta el río Alfambra para así conseguir una sólida posición desde la cual, en una fase posterior, cerrar el cerco de la capital turolense y, finalmente, recuperarla. Estas consideraciones dieron lugar a las dos batallas que llevaron a la recuperación de la ciudad y quebrantaron seriamente al Ejército republicano, no solo por la baja de moral que supuso perder el objetivo cuya conquista había sido anunciada a los cuatro vientos, sino también por el desgaste que la fracasada defensa supuso para lo más granado de la fuerza gubernamental. La primera de estas batallas fue, además, ocasión para la última gran carga de la caballería española.
Negrín, Prieto y los comunistas por Roberto Muñoz Bolaños
El 17 de mayo de 1937, como consecuencia de los conflictos existentes en la retaguardia de la zona republicana –enfrentamiento entre el Partido Comunista de España (PCE) con los comunistas antiestalinistas del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), y de los anarquistas de la Confederación Nacional de los Trabajadores (CNT) con el propio Gobierno– y de los reveses militares –caída de Málaga–, el veterano dirigente del Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y presidente del Consejo de Ministros, Francisco Largo Caballero, presentó su dimisión al presidente de la República, Manuel Azaña. El elegido para sustituirle fue otro dirigente del mismo partido, Juan Negrín López. En el plano interno, Negrín tomó dos importantes decisiones que tampoco favorecían su estrategia de guerra. Desde el punto de vista político, buscó el apoyo del PCE, imprescindible para continuar con el respaldo de la Unión Soviética, la única potencia que apoyaba a la República. En el orden militar, y con el acuerdo del coronel, más tarde general, Vicente Rojo Lluch, jefe del Estado mayor central de las fuerzas armadas y del Ejército de tierra, optó por una estrategia ofensiva mediante una serie de inesperados ataques de distracción en frentes secundarios
Introduciendo el n.º 24, La muerte de los Románov por Victor Sebestyen
En torno a las cuatro de la tarde del 18 de julio de 1918, los miembros del Consejo de Comisarios del Pueblo (Sovnarkom) –el gabinete bolchevique formado tras la Revolución de octubre de 1917– se hallaban reunidos de forma rutinaria en la tercera planta del gran palacio del Kremlin de Moscú. El líder revolucionario Vladimir Ilich Lenin lo presidía, pero antes de centrarse en el orden del día, los comisarios del pueblo escucharon una declaración de Yákov Sverdlov, mano derecha de Lenin: “después de que los guardias blancos intentaran raptar a la familia Románov, el sóviet de Ekaterimburgo ordenó, la noche del 16 de julio, la ejecución de Nicolás Románov –y añadió– el resto de la familia ha sido evacuado a un lugar seguro”. Los treinta y tres funcionarios comunistas reunidos en torno a la mesa apenas se inmutaron y Sverdlov entonces conminó a sus camaradas a ratificar aquella decisión de los comunistas locales. Se produjo un silencio.