“He aquí un general romano [el conde Belisario] cuyas victorias no son menos romanas, ni sus principios estratégicos menos clásicos que los de Julio César” (Robert Graves. El conde Belisario, nota preliminar). Con estas maravillosas palabras de la novela del maestro Graves volvemos sobre Justiniano I el Grande. Y es que, aunque lo pensemos más cerca de lo medieval que de lo clásico y aunque el cristianismo hubiese ganado el pulso definitivamente al paganismo, Justiniano trataba de resucitar la gloria del Imperio romano. Así, intentó recomponer la unidad mediterránea del Imperio, una tarea que se antojaba prácticamente imposible. Muchas veces se ha enjuiciado su esfuerzo como pernicioso para el Imperio, restándole fuerzas frente a los ataques que desde todos los frentes sufrió el Imperio en la siguiente centuria. Y es que había demasiados retos llamando a la puerta de este colosal emperador: sasánidas, vándalos, ostrogodos y visigodos. Por ahora os dejamos con Belisario, Narsés y sus jinetes acorazados, desde las riberas del Éufrates a las del Tíber.