Descripción

Tras ser horriblemente mutilado, el emperador Focas fue decapitado, posiblemente por la misma mano de su sucesor, Heraclio. Por entonces, el Imperio romano de Oriente –o bizantino– vivía uno de los momentos más bajos de la historia. Su archienemigo, el Imperio persa, acababa de arrebatarle Siria, Mesopotamia, Armenia y Palestina, al tiempo que un pueblo eslavo, los ávaros, amenazaba la frontera occidental, en cuyo avance llegarían incluso hasta las mismas puertas de Constantinopla. El nuevo emperador, desconfiado de poder salvar el Imperio, emprende una guerra, casi a la desesperada, y contra todo pronóstico y vence tanto a persas como a ávaros y recupera todos los territorios perdidos por su predecesor. Una «guerra santa» que haría erigirse al emperador Heraclio como «el primer cruzado». Sin embargo, en ese momento, mientras disfrutaba de las mieles de la gloria, aparece en el horizonte un nuevo y mucho más formidable enemigo: los árabes, recientemente aglutinados por una nueva fe, la islámica, que se aprovechan del agotamiento de persas y romanos para poner a ambos de rodillas. En pocos años, Heraclio fue testigo de la pérdida de todo lo logrado en vida.