Hasta mediados del siglo VI a.C el modelo político de la ciudad-estado griega mostraba claros signos de agotamiento. La incapacidad de las polis griegas a aglutinarse bajo la autoridad de un solo era patente en el momento en el que apareció Filipo II, rey de Macedonia. Este territorio, considerado un país menor, no había tenido gran relevancia hasta el momento en los asuntos griegos y, además, tampoco estaba clara su pertenencia a la comunidad cultural griega. La escasez en su número de hoplitas, la descartaría como posible peligro o amenaza para las ciudades griegas. Toda esta situación cambiaría con Filipo: el ejército fue armado a costa de las arcas públicas, nuevas estrategias y formas de combate comenzaron a aplicarse y su hábil diplomacia le permitió imponer un dominio sobre el mundo griego sin precedentes. La expansión macedonia marcaría un nuevo periodo de la Historia que sería continuado por su hijo y heredero Alejandro.