Descripción

A finales de julio de 1944 Polonia llevaba casi cinco años sufriendo la brutal y despiadada ocupación alemana, a la vez que el Armia Krajowa, su Ejército secreto, combatía a los invasores y se preparaba para liberar el país empezando por el alzamiento de Varsovia. En aquel momento la Wehrmacht estaba casi derrotada, pero las nubes que se cernían sobre ella se alzaban también sobre las esperanzas de los polacos, ya que el Ejército Rojo, que avanzaba imparable desde Bielorrusia con destino Varsovia, había sido uno de los invasores de septiembre de 1939, sumiendo a la mitad oriental del país bajo el régimen de Stalin, tan brutal como el de los nazis en la mitad occidental. En 1941 los avatares de la guerra convirtieron a los soviéticos en aliados, pero las relaciones entre estos y el Gobierno polaco en el exilio nunca fueron buenas. Así, cuando el Ejército Rojo empezó su cabalgada hacia Varsovia, los polacos decidieron liberarse a sí mismos, o al menos su capital, para ganarse el derecho a conservar su independencia. La orden del general Tadeusz Bór-Komorowski, emitida durante la tarde del 31 de julio, fijó la Hora W (por Wurza, tormenta) a las 17.00 del 1 de agosto de 1944. Y Varsovia se alzó. La batalla, que apenas tendría que haber durado unas jornadas, se alargó hasta el 2 de octubre. Durante aquellos sesenta y tres días los polacos se defendieron con uñas y dientes contra un enemigo muy superior, con la esperanza de que el Ejército Rojo llegara para socorrerlos, pero este nunca llegó a implicarse a fondo en los combates. Los luchadores del Armia Krajowa tuvieron que enfrentarse a los blindados y a la potencia de fuego de los alemanes con un puñado de armas de diversas procedencias, pero lo peor fue la crueldad manifestada por los ocupantes. La población fue masacrada y los edificios destruidos. Ni tan siquiera la rendición final alivió a la desafortunada ciudad que, como una nueva Cartago, fue arrasada casi por completo tras la batalla.