Descripción
Argentina y el Reino Unido llevaban décadas disputándose la soberanía de las islas Malvinas, un conflicto cuyo escenario principal habían sido los pasillos de la ONU y las sedes diplomáticas de los países más importantes; hasta que la Junta Militar argentina necesitó contentar a su población y, presionada por el almirante Anaya, comandante en jefe de la Marina y uno de los que la componían, desencadenó la invasión. En las primeras horas del 2 de abril de 1982 los buzos tácticos de élite desembarcaron en torno a Puerto Stanley y, en apenas unas horas, se hicieron con el control de las islas. El Gobierno británico, a la sazón encabezado por Margaret Thatcher, que todavía no era la Dama de Hierro, había estado dispuesto a llegar a algún tipo de acuerdo, hasta entonces, y a pesar de que no se abandonó por completo la vía diplomática, inició el despliegue de una fuerza militar con el objetivo de reconquistar las islas. La Guerra de las Malvinas no fue un conflicto fácil. A miles de kilómetros de sus bases, los mandos de la Royal Navy tuvieron que hacer auténticos milagros logísticos para mantener sus fuerzas en el Atlántico austral, ingentes esfuerzos para superar las bajas navales que sufrieron a manos de la Fuerza Aérea argentina, cuyos pilotos, conscientes de que eran los únicos que podían ganar la guerra para su país, derrocharon un valor sin límites para impedir que las brigadas británicas desembarcaran en la isla Soledad y reconquistaran Puerto Stanley. Pero no pudo ser. Dos meses y medio después de la invasión la Unión Jack ondeaba de nuevo sobre las islas, dejando el conflicto sin resolver hasta hoy.