Descripción
A inicios del siglo XX China había perdido buena parte de su esplendor y las potencias coloniales se habían hecho con importantes concesiones, comerciales y territoriales, por todo el imperio. Sin embargo, el peligro más importante provenía de Japón, una nación asiática emergente y cercana, cuyas ambiciones territoriales no dejaban de crecer. Conflictos como la Primera Guerra Sino Japonesa (1894-1895) o la Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905) habían permitido que Tokio se afianzara en Corea y tomara el control de la península de Kwantung, lo que pareció suficiente a los políticos que gobernaban el nuevo país, pero no a algunas de las facciones que gobernaban el Ejército. Así, en 1931 los mandos del Ejército de Kwantung –destinado a defender los intereses nipones en el sur de Manchuria– decidieron provocar un “incidente” que les permitiera hacerse con el control de toda aquella región, cosa que hicieron sin permiso ni refrendo de sus jefes civiles, modus operandi que iba a repetirse una y otra vez. A consecuencia de ello, el Gobierno nacionalista del Kuomintang, dirigido por Chiang Kai-shek, centrado en la lucha contra los comunistas, se dio cuenta de cuál era su enemigo más peligroso y cuando tuvo lugar el “incidente” del puente de Marco Polo en julio de 1937, ambas partes estaban listas para una escalada que, de Pekín a Shanghái, llevaría al estallido de la Segunda Guerra Chino Japonesa, una de las contiendas más sangrientas, brutales e inmisericordes, del terrible siglo XX, y el verdadero punto de inicio de la Segunda Guerra Mundial.