Descripción
En el verano del año 480 a. C. el todopoderoso rey persa Jerjes I se dispuso a vengar la humillación sufrida por su padre en las playas de Maratón diez años antes. Para garantizar el éxito, amasó un contingente descomunal (entre 250 000 y 650 000 hombres) con el que cruzó el Helesponto. Este coloso de miles de pies arrasaba, cual nube de langostas, la tierra por la que pasaba, agotando los alimentos y arruinando a los habitantes de las ciudades que tenían la mala fortuna de hallar en el camino. La sed de este Leviatán persa era tal que, según narran las fuentes, secaba los ríos que atravesaba. A su paso, las aterradas comunidades griegas se iban postrando una tras otra a los pies del Gran Rey, augurando que la conquista de Grecia sería poco menos que un paseo militar. Pero, al llegar al paso de las Termópilas, descubrió que un –diminuto– ejército griego de entre 7000 y 11 000 hombres les cerraba el paso. Su comandante no era otro que Leónidas, rey de Esparta, quien acudía acompañado de 300 guerreros escogidos, la élite de la élite, así como de contingentes de otras muchas ciudades griegas. Jerjes estaba convencido de que, a la vista de su ingente poder, los griegos huirían aterrados. Sin embargo, la batalla de las Termópilas se desarrollaría de forma totalmente diferente.