El asesinato de César, que tras su victoria sobre Pompeyo se había convertido en dictador perpetuo, volvió a abrir la úlcera del Estado romano. Las instituciones de la vieja República no daban respuestas a las necesidades del gobierno y los nuevos grupos sociales querían su parte del pastel, negada por una casta de optimate impermeable a sus exigencias. Ambición seca y descarnada, esa pugna por la dignitas y los honores que había durante siglos espoleado a los nobiles republicanos en su engrandecimiento del Estado. Finalmente, la situación acabaría decantándose por el gobierno unipersonal de Augusto. En este número repasamos dos cruciales y turbulentos años, del 44 a 42 a.C, que supusieron la entrada en escena de un joven Octavio y la derrota de la República. Estos años hicieron incrementar las ansías de paz de una sociedad cansada por el continuo batallar y preparada para aceptar un monarca, un emperador, Augusto.