Descripción
Desde hace milenios, el surgimiento de los Estados en Mesopotamia o Egipto vino ya acompañado de jerarquías y desigualdades que colocaban a algunas personas pertenecientes a sectores privilegiados muy por encima de otras, cuyas realidades a menudo se manifestaban en formas de servidumbre diversas, incluyendo la de la esclavitud, marcando el origen de la desigualdad. La historiografía tradicional, heredera de las ideas de la Ilustración –cuando el conocimiento de la historia como ciencia era prácticamente nulo– se ha ocupado de hacernos pensar en la evolución de las sociedades de una forma monolítica e irremisiblemente encaminada a los Estados complejos, aunque lo cierto es que el estudio de las sociedades antiguas cada vez nos aporta una información más dispar. La pregunta que surge inevitablemente, como a modo de resorte es ¿dónde podemos situar el origen de la desigualdad? ¿El ser humano ha sido siempre así, o hubo algún punto de inflexión? La investigación arqueológica, con la ayuda de muchas otras ciencias auxiliares, está aportando cada vez más información al respecto, así que parece oportuno realizar una reflexión sobre si se pueden observar algunos signos de desigualdades en el Paleolítico, si las nuevas formas de vida basadas en la domesticación de plantas o animales del Neolítico conllevaban algo más que la potencial acumulación de bienes, o hasta qué punto los primeros Estados consiguieron imponer sus jerarquías y autoridad sin que existiera una respuesta social a ello.