En 2014 se cumplieron cien años del estallido de la Gran Guerra en 1914. Más allá de la oportunidad de la fecha, parece obligado dedicar el primer número de Desperta Ferro Contemporánea al conflicto que daría carta de naturaleza a la guerra que va a caracterizar buena parte del periodo que abarca esta nueva cabecera. La Primera Guerra Mundial se puede entender globalmente como la búsqueda desesperada de soluciones operativas para un tipo de conflicto imposible de resolver bajo los planteamientos decimonónicos que acarrearía unos costes dramáticos. Hemos elegido centrarnos en un periodo reducido y decisivo, las cinco primeras semanas de la guerra en el escenario concreto del frente occidental. Los dos primeros meses se encuentran entre los más sangrientos de toda la contienda, una demostración de que los límites del reto los establecería la capacidad de sufrimiento de los individuos y de resistencia de las sociedades.
1914, el estallido de la Gran Guerra
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Descripción
¡Estalla la guerra! Interpretaciones en el Centenario por Michael S. Neiberg (US ArmyWarCollege)
Cien años después del estallido de la Primera Guerra Mundial los académicos siguen tan profundamente divididos sobre sus causas como lo estaban sus contemporáneos en 1914. A comienzos de aquel verano fatídico la mayoría de los europeos y de sus dirigentes pensaban que el continente había capeado bastante bien las recientes tormentas diplomáticas. Sin embargo, en ese mismo verano comenzó la gran guerra mundial de la que aún nos estamos recuperando un siglo después. ¿Por qué sucedió? ¿Quién fue culpable, si lo hubo? ¿Qué lecciones de la guerra podemos aplicar al mundo presente?
Propaganda e ideología para la guerra por Jeffrey Verhey (Humboldt Universität)
Un ministro alemán, Johannes Müller, observó con asombro en septiembre de 1914 que “todos los aspectos de la vida se resumen en la guerra. La guerra se ha convertido en el significado absoluto y el único propósito”. Lo que Müller apuntaba lo comentaban muchos coetáneos. La Primera Guerra Mundial fue el primer conflicto “total” en el que el “frente interno” se movilizó completamente. La retaguardia no solo suministraba alimentos y materiales para las tropas, también era crucial para la moral. Desde el comienzo mismo, la moral fue una de las armas más importantes de esta contienda, que no solo se sostuvo a través de la censura y de políticas internas inteligentes y pragmáticas, sino también dando un significado a la guerra, una tarea que en el transcurso de la contienda vino a denominarse como propaganda.
La Batalla de las Fronteras por Rémy Porte
Poco conocida, habitualmente confundida o diluida entre otros acontecimientos del comienzo de la Gran Guerra en el frente occidental previos la batalla del Marne, la batalla de las Fronteras constituye en cambio un episodio perfectamente identificable, en el tiempo y en el espacio, de la fase de maniobras de aquel comienzo del conflicto. Así, al contrario de lo que ciertas simplificaciones pueden hacer suponer hoy en día, la batalla de las Fronteras en sentido estricto solo concierne a una región nítidamente limitada, en un periodo definido, entre el 20 y el 25 de agosto, y a dos ejércitos franceses: el 3.º del general Ruffey y el 4.º del general Langle de Cary.
El milagro del Marne por Jean-Yves Le Naour
La batalla del Marne, esa increíble victoria francesa a escasos 60 km de París, aún suscita interrogantes. El propio general alemán derrotado Von Kluck reconoció en sus memorias: “Que unos hombres que han retrocedido durante diez jornadas, unos hombres postrados y medio muertos por la fatiga, puedan retomar el fusil y atacar al toque de corneta es una posibilidad que jamás ha sido estudiada en nuestras escuelas de guerra”. Para los franceses existe sin duda un milagro del Marne y para los alemanes, que creían tener la partida ganada, una terrible decepción. Sin embargo, el desenlace de la batalla pendió de un hilo.
Los primeros pasos de la movilización industrial por Rémy Porte
Conservamos una imagen de la Primera Guerra Mundial como un conflicto industrial: tanques, ametralladoras, aviones, submarinos. Recordamos los millones de obuses caídos sobre varios kilómetros cuadrados en Verdún en 1916 y los 400 trenes de municiones que fueron necesarios para la batalla de la Malmaison en 1917. También guardamos memoria de los regimientos de infantería de agosto de 1914 partiendo a la campaña con pantalón rojo y capota azul, y de las inmensas columnas de rebaños requisados que seguían a varias decenas de kilómetros por detrás la marcha de los ejércitos, igual que en el siglo precedente. Es quizás este contraste el que nos permite entender mejor los cambios introducidos en las formas de una guerra que, en cuestión de meses, se hizo total.
Guerra de movimientos. La experiencia del combatiente por Martha Hanna (University of Colorado)
Los soldados que entraron en acción durante agosto y comienzos de septiembre descubrieron rápidamente lo horrible y brutal que podía llegar a serla guerra moderna. Meses antes de que se excavaran las trincheras que definirían el estancamiento de la guerra en el frente occidental, esos hombres –reclutas, voluntarios y soldados profesionales– sufrieron largas marchas, subsistieron con raciones insuficientes, afrontaron la desesperanza vital y sufrieron los terribles efectos del fuego artillero. Muchos de esos hombres, aunque no todos, habían dejado sus hogares reconfortados por ideas románticas acerca de la gloria de la guerra. La experiencia en la línea de frente pronto les desengañó sobre esas ideas ingenuas, pero no les disuadió de que su causa no fuera justa.
Y además, introduciendo el n.º 2, ¿Por qué Stalingrado? por John Mosier (Loyola University)
En verano de 19142, Hitler y sus generales habían llegado a una encrucijada. Para estos, la única decisión sensata, la única forma de derrotar a Stalin, era apoderarse de las dos ciudades principales de Leningrado y Moscú, derrotar al Ejército Rojo en una serie de grandes batallas y poner fin a su régimen. Hitler discrepaba, justo como lo había hecho con su plan inicial para la ofensiva en el oeste. El único punto de acuerdo entre ellos era que todos percibían que estaban en disposición de ganar la guerra definitivamente en pocos meses. Aunque los titánicos combates del invierno de 1942 a 1943, generalmente conocidos como Stalingrado, terminaron en una derrota alemana, el ímpetu tras el avance alemán hacia la ciudad del río Volga, la racional decisión estratégica de Hitler, fue suficientemente sólida.