Descripción
Cuando miramos al pasado, es inevitable pensar que nuestra cultura actual debe mucho al mundo clásico. Y no hay nada más clásico que el mundo griego en su conjunto y, en particular, que la Atenas del siglo V a. C. Con frecuencia nos referimos a ella como la Atenas de Pericles, aunque en realidad trascendió con mucho lo que este célebre estadista, que vivió entre el 495 y el 429 a. C., aportó a la polis y a la historia en general –con mayúsculas, eso sí–. La Atenas clásica tiene sus mejores emblemas en los templos de la Acrópolis y en las prácticas religiosas que se relacionaban con ello, que siempre nos vienen a la mente a través de los famosos frisos del Partenón, pero es recordada sobre todo por ser la cuna de la democracia, a la que los ciudadanos del Ática se volcaron con empeño, aun cuando se dieron no pocas contradicciones con la política exterior de corte imperialista que emprendieron en suelo ajeno. De todo ello quedan muchísimos vestigios tanto materiales como más intangibles, desde los numerosos restos arqueológicos del ágora o el puerto de El Pireo hasta las innumerables evidencias de cerámicas áticas dispersas por todo el Mediterráneo, o el paso por la ciudad de influyentes intelectuales y filósofos, sin olvidar por supuesto los grandes historiadores que por entonces comenzaban a ofrecernos sus primeras visiones sobre los acontecimientos de un pasado ya algo menos remoto.