Descripción
Tras sufrir el calamitoso descalabro de la batalla del Lago Trasimeno, Roma entró en uno de los peores momentos de su historia. A pocos días de marcha de la ciudad se hallaba Aníbal, al frente de un ejército triunfante, y no había contingente romano alguno que pudiera interponerse en el camino. Ante la gravedad de la situación, se decidió recurrir a un modo de gobierno reservado a los momentos de crisis: la dictadura. El elegido fue Quinto Fabio, un hombre entrado en años que, a diferencia de sus predecesores, decidió aplicar una táctica cautelosa, evitando el enfrentamiento directo con un enemigo, Aníbal, que se había demostrado superior. El dictador se limitaba a perseguirlo y, si se daba la ocasión posible, hostigarlo, pero sin arriesgarse en enfrentamientos de relevancia. Esta táctica de prudencia, de dilación, comenzó a dar sus frutos, pero alimentó, al tiempo, los reproches de sus conciudadanos, que lo veían como un gesto de cobardía. Tanto fue así, que su lugarteniente Minucio llegó a la sedición, lo que en la práctica dividió peligrosamente al ejército romano en dos. Sin embargo, los hechos que a continuación se produjeron darían la razón a Fabio.